Efectos de la Droga y Alcohol en Los fetos bebes
Alcohol y embarazo
El sistema nervioso central humano representa una de las estructuras más sensibles y complejas en la formación del ser humano, y su desarrollo responde a una delicada interacción entre factores genéticos, estímulos ambientales y un programa biológico cuidadosamente orquestado. Aunque aún persiste cierto grado de incertidumbre respecto al peso específico de cada uno de estos componentes, se reconoce que la sinergia entre ellos da origen a procesos neurobiológicos únicos e irrepetibles. Desde el día 28 de gestación, cuando el embrión alcanza un tamaño aproximado de un centímetro, comienza la formación del tubo neural, una estructura primigenia que dará paso al sistema nervioso central. Este primer brote de maduración neuronal marca el inicio de un viaje prolongado, que se ve enriquecido posteriormente durante la lactancia y la niñez por estímulos sociales fundamentales como el vínculo afectivo, el entorno familiar y las experiencias sensoriales.
A lo largo de este desarrollo, cualquier agente nocivo —una “noxa”— que interfiera con este delicado equilibrio puede ejercer efectos devastadores, dependiendo no solo de la naturaleza del agente, sino también del momento de la exposición y del grado de protección biológica del feto. Entre las especulaciones con fundamentos plausibles, se plantea que el consumo de sustancias durante la gestación podría modelar un substrato neurológico propenso a conductas adictivas en la adultez, como si las huellas de la exposición temprana orientaran al cerebro en formación hacia caminos de riesgo y búsqueda de estímulos extremos. Esta teoría, aunque aún se estudia, explica en parte la recurrencia generacional en la adicción, observándose con frecuencia que los hijos de padres adictos replican, en sus propias vidas, patrones similares de consumo y de preferencia por experiencias intensas, arriesgadas o deportivas que exigen grandes dosis de adrenalina para satisfacer su sistema neuronal alterado.
El desarrollo del sistema nervioso central, durante la vida intrauterina, transcurre en dos etapas diferenciadas pero igualmente críticas. En la primera mitad del embarazo, los procesos implicados son la citogénesis —la creación de nuevas neuronas— y la migración celular, que determina el correcto posicionamiento de estas células en el cerebro. En la segunda mitad, la atención se dirige al crecimiento y a la diferenciación cerebral, tareas esenciales para conformar un cerebro funcional. A medida que se acerca el sexto mes de gestación, inicia el proceso de “alambrado” o cableado del sistema nervioso, conocido como organización neuronal, el cual continuará hasta el primer año de vida. Esta etapa establece las conexiones entre neuronas, define rutas de comunicación entre células y permite la integración sistémica del cerebro, dando lugar a funciones superiores como el pensamiento, la memoria y el afecto.
Durante este proceso se activa la apoptosis, una forma programada de muerte celular que permite eliminar células innecesarias, pero que también puede revertirse en presencia de una noxa, como mecanismo de defensa que evita la pérdida de neuronas valiosas. Esta reversibilidad puede alterar la funcionalidad general del tejido neuronal, afectando comunidades de células que estaban en plena organización. A esto se suman efectos que inciden en la modulación del comportamiento y en la sensibilidad del individuo, generando alteraciones en la incorporación de información neurosensorial. Es precisamente durante el segundo y tercer trimestre del embarazo cuando estos procesos se intensifican, por lo que se considera que aún en casos donde la madre ha consumido sustancias en los primeros meses, abandonarlas en esta etapa puede tener un impacto benéfico significativo, tanto para el feto como para ella misma, en la búsqueda de una recuperación integral.
Se ha demostrado que todas las drogas, incluyendo alcohol, nicotina, opioides y narcóticos, tienen potencial teratógeno sobre el cerebro fetal en desarrollo. La naturaleza y la severidad de los daños dependerán de la sustancia y del momento de exposición. Estudios con modelos animales han sido clave para confirmar que estas alteraciones pueden presentarse independientemente del ambiente postnatal —como el nivel socioeconómico o el afecto recibido— lo que prueba que existe una impronta “in útero” que persiste y condiciona el futuro del individuo. El compromiso más resistente se da en los sistemas de neurotransmisores, que participan en funciones esenciales como la atención y el afecto. Sin embargo, estos trastornos suelen ser atribuidos erróneamente a una mala crianza o a una relación deficiente entre madre e hijo, cuando en realidad tienen raíces biológicas profundamente arraigadas.
El impacto se extiende también al entorno del cuidador, quien experimenta frustración al no poder calmar el llanto o la inquietud del niño por medios convencionales. Son infantes irritables, ansiosos y con signos de carencia afectiva, condiciones difíciles de medir, aunque los psicólogos tienen herramientas específicas para hacerlo. En estudios realizados en los Estados Unidos, se documentó que entre un 8% y un 12% de las mujeres embarazadas consumieron drogas en algún momento de su gestación —considerando canabinoides, cocaína y heroína— lo que equivale aproximadamente a 10 de cada 100 mujeres. Esta cifra, que estremece por su alcance, no cuenta aún con un equivalente oficial en Chile.
Ante este panorama, el rol del pediatra se vuelve crucial. No sólo debe abordar la relación con la madre, sino actuar con responsabilidad sobre el bienestar del niño. El médico adquiere el deber ético de proteger al más vulnerable, tal como lo establece la declaración de derechos del niño. En muchos países, se concede cierta autonomía a los profesionales que trabajan con menores para tomar decisiones orientadas a la protección del niño cuando se sospecha que la madre no está en condiciones de brindar el cuidado necesario. Además, muchas de estas madres presentan enfermedades de alto riesgo, como hepatitis B, VIH, o infecciones de transmisión sexual, junto con un aumento considerable de patologías perinatales que convierten esta realidad en un problema complejo del binomio madre-hijo —un vínculo que requiere atención médica, emocional y social coordinada.
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